DROGAS SINTETICAS: Ya se consumen desde los 14 años y no sólo en fiestas electrónicas

Según encuestas hechas en colegios secundarios, la noción del daño que provocan es cada vez menor. Además su uso dejó de ser exclusivo de los sectores medios y altos. 


Como si se pasara de la fiesta a la tragedia sin solución de continuidad, el año comienza con más casos de muertes e intoxicaciones por consumo de drogas de diseño, en medio de un complejo debate -lleno de indecisiones- alrededor de la habilitación de las fiestas electrónicas.
No es un escenario sencillo, pero mucho menos si se suma que, según cifras oficiales, alumnos de escuelas secundarias están empezando a tomar drogas sintéticas desde muy temprana edad: 14 años. Las adquieren a precios cada vez más bajos, en contextos que van desde las polémicas y bien comerciales raves, o fiestas de musicales hasta encuentros sociales de escala chica que se despliegan en distintos estratos socioculturales. El globo que contenía este consumo dentro de las fiestas electrónicas ya se reventó.
Hoy, considerando la transversalidad del consumo, actores de distintas esferas de la salud se posicionan ante el enigmático qué hacer, en especial dada la baja edad de los jóvenes intoxicados y las muertes por mezclas de sustancias -extravagantes o simplemente inadecuadas-, sobredosis o deshidratación. Están aquellos que apuestan a cortar el problema de raíz con la prohibición de las fiestas y los que promueven institucionalizar estrategias de reducción de daños, siguiendo el modelo europeo.
El oro que despierta tanto conflicto son sustancias que prometen un rato de felicidad, buen humor y empatía con los demás. No es sólo un eslogan, como explica Carlos Damin, jefe de Toxicología del hospital Fernández y director de Fundartox: “Estas drogas fueron sintetizadas para ser utilizadas en grupo; nadie toma un comprimido y se queda en su casa. Se busca la interacción social porque son sustancias con dos efectos: el empatógeno, es decir que se despierta una empatía con los otros, un deseo de relacionarse; y el entactógeno, lo que exacerba los sentidos, tanto el deseo de tocarse como la audición y la visión. Por eso las raves suelen tener mucho efecto lumínico y una música particular. Quienes toman drogas sintéticas sienten modificaciones sutiles en el sonido que de otro modo quizás no percibirían”.


Claro que no cayeron como paracaidistas; hay una historia. Tal vez tentaran por ser una novedad, tal vez brillaran por su ausencia en el imaginario argentino: pero a fines de los 80 las drogas sintéticas ya estaban acá. No eran tantas las variedades ni se las conocía como ahora. Las invocaba Charly García con su declamativo Extasis y circulaban en fiestas under de música electrónica.
Hoy es diferente. El tema parece una bomba que nadie está pudiendo desarmar a tiempo. Por un lado, las cifras de intoxicaciones todavía son bajas, si se las compara con otros consumos nocivos. Pero los desbordes fatales dicen presente:incluyendo Time Warp, 17 muertes en Argentina desde febrero de 2012. Y no parece estar cerca de resolverse la pregunta que preocupa a todos, y que enunciada en primera persona suena tan elemental como dramática: “¿Qué es esto que estoy a punto de tomar”.

En lo que los médicos llaman “consumo problemático de sustancias psicoactivas” (alcohol, bebidas energizantes y drogas), las sintéticas no rankean muy alto. El doctor Damin aclara que “en 2015, de 2.000 intoxicados por abuso de sustancias psicoactivas sólo 16 fueron por consumo de éxtasis”. Otras sustancias tienen su público fiel: más de 200 llegaron a la guardia intoxicados por consumo de cocaína y 880 por alcohol.
No obstante, son contundentes los sondeos que desde hace unos años evidencian el verdadero espesor del complejo ítem “drogas sintéticas”, como aclara María Verónica Brasesco, directora del Observatorio Argentino de Drogas del Sedronar, acrónimo que según la nueva estructura anunciada esta semana refiere a la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas: “Tenemos en estudio de campo un sondeo nacional que no se hacía desde 2010 y cuyos datos van a estar listos en abril. Se puede afirmar que el consumo de éxtasis es metropolitano, está ligado a las grandes ciudades, así que las cifras que se desprenden de la ciudad de Buenos Aires, donde el estudio de consumo de drogas sintéticas no se discontinuó, se pueden proyectar a grandes urbes como Córdoba, Rosario, Santa Fe... la única que lo midió es Buenos Aires, pero es un problema de todas las grandes ciudades”.

“El sondeo de 2015 de chicos de escuela media de Capital revela que, en promedio, el 2 por ciento consume drogas sintéticas. La novedad es que está tendiendo a darse una igualdad de consumo entre chicos y chicas, cuando en años anteriores había prevalencia de varones”, detalla Brasesco, y agrega: “Este dato llega al 4% de los chicos, si se tienen en cuenta todos los que alguna vez en la vida probaron drogas de diseño”.
No es un escenario alentador: a más edad, mayor consumo. Y en la medida en que se está pasando el límite de las fiestas electrónicas, se puede hablar de una transversalización. Así lo aclara la directora del Observatorio del Sedronar: “Estas drogas estaban restringidas a una élite de fiestas electrónicas, pero si hoy tomás a los jóvenes de secundaria por edades, el 1 por ciento de los chicos de 14 años o menos, consumen éxtasis; pasa al 4 por ciento en los de 15 y 16 años; y al 7 por ciento en los de 17 años o más. Estos chicos compran efectivamente éxtasis, o lo que ellos creen que es éxtasis… El 7 por ciento es muchísimo. Esta última cifra, en 2008, no llegaba a un punto porcentual”.
En 2011, los chicos de 14 años prácticamente no entraban en los sondeos. Es que en ese rango etario era tan insignificante el consumo que la encuesta no contemplaba a las drogas de diseño por separado. Estaban rotuladas como “otras drogas”, un combo que reunía todo lo que estuviera por fuera del alcohol, los psicofármacos, la cocaína, pasta base y marihuana.
Pero es muy fácil imaginar cómo paulatinamente se fue despertando el interés de los jóvenes: basta tomar las encuestas hechas en colegios secundarios y centrarse en el ítem “percepción de riesgo de consumo de sustancias”. En 2011, ante la pregunta “¿cuán riesgoso creés que es probar éxtasis una o dos veces?”, el 45,3 por ciento de los alumnos de secundarios de Capital consideró que era “de alto riesgo”. Cuatro años después, en 2015, sólo el 23 por ciento eligió esa respuesta.
Con alguna sutileza lingüística se intentó recabar más conclusiones. Así, fueron consultados por el riesgo de consumir éxtasis “algunas veces”: en 2011 dijo que era de “alto riesgo” el 64,5 por ciento; cuatro años después, el 30 por ciento. Y por último, se intentó ahondar en los riesgos de consumir “frecuentemente” éxtasis. Mientras en 2011, el 93,2 por ciento se inclinó por el “alto riesgo”, en 2015 esta opción fue escogida por el 75 por ciento de los alumnos.
La baja en la edad de inicio del consumo fue progresiva, lo que no sólo se observa en las drogas de diseño sino en todas las otras sustancias psicoactivas. “Los chicos se intoxican cada vez más desde más chicos. Lo que más nos preocupa es la banalización del consumo y la falta de conciencia del riesgo”, resume Brasesco.

Al ámbito hospitalario llegan las repercusiones más severas del consumo, casi siempre provenientes de las fiestas electrónicas. Por eso el doctor Damin afirma que quienes se intoxican tienen entre 20 y 35 años; es raro ver menores y también es raro ver mayores. Suelen ser de nivel socioeconómico y cultural medio y alto, aunque a veces una de las patas falla, como es el caso de los pibes que juntan cada centavito para acceder a la fiesta a la vez, que muestran tener una formación cultural”.
Esta descripción está en sintonía con los resultados que arroja otro estudio interesante que realizó el Sedronar en noviembre de 2014, exclusivamente dedicado al consumo de sustancias psicoactivas en fiestas electrónicas. Entonces, el 71 por ciento de los encuestados (365 chicos de 18 a 29 años que asistían a una fiesta electrónica) respondió que antes de la entrevista había consumido alguna de estas sustancias o que, en su defecto, lo haría un rato después. ¿Y cuándo es después? Tiempo no falta cuando la permanencia promedio en este tipo de encuentros es de casi 12 horas, también según los datos del informe.
Más de la mitad de esos encuestados ya había ido otras veces a fiestas electrónicas. Y el perfil, tanto de ellos como de los que pisaban una rave por primera vez, resultó ser bien puntual: el 89 por ciento declaró tener el secundario completo, el 60 por ciento, cursar el nivel universitario o terciario, y el 88,5 por ciento, tener cobertura social.
Desde el Sedronar, Brasesco subraya que esa es una concepción totalmente desactualizada: “Es cierto que las drogas de diseño se consumen en contextos de sociabilización, pero es un mito que sean tan caras -las hay en formatos muy económicos- y exclusivas de las fiestas electrónicas, en especial desde que entró la electrocumbia a la Argentina, una música más bien popular que también se presta al consumo de éxtasis. Las drogas sintéticas pasaron a otros estratos”.

Cómo frenar el consumo es el interrogante obvio que sale de los sectores abocados a la salud. Pero en países como España, Holanda, Portugal, Alemania, México y Colombia es frecuente ver (¿con algún éxito?) la implementación de políticas de reducción de daños, en contra del abstencionismo. Es decir, que los consumidores cuenten con el asesoramiento y la contención necesarios para saber cuánto, cómo y de qué manera tomar aquello que desean. Y lo más importante: qué mezclas evitar, además de disponer de un test que les permita saber (porque la oferta de drogas de diseño es bastante traicionera...) qué van a meterse en el cuerpo. En Uruguay, incluso, se hizo una prueba piloto de este tipo.
¿Tiene asidero ayudar a “drogarse bien”? Andrés Schteingart, músico de electrocumbia conocido como “El remolón”, DJ y psiquiatra del hospital Alvear, trabaja en un proyecto que va en la dirección de la reducción de riesgos y de daños: “Hace casi 15 años que empecé a interesarme por el consumo y las fiestas de música electrónica. A principios de 2000 trabajé en la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina (ARDA), que ahora está desmembrada, pero con la que hicimos intervenciones no sistematizadas en varios eventos electrónicos como Creamfields. Ahora, con un grupo de colegas psiquiatras, médicos y usuarios estamos desarrollando el Proyecto de Atención en Fiestas (PAF), que forma parte de la asociación civil Intercambios”.
El modelo que siguen es español, puntualmente del proyecto Energy Control, parte de la ONG Asociación Bienestar y Desarrollo, que ofrece información y testeos de drogas. “No diría que la idea es ayudar a ‘drogarse bien’, pero sí a evitar los perjuicios. No creemos que el que consume se quiere morir, pero sí que quien elige gestionarse placer y recreación de este modo a veces lo hace mal. Esto se puede prevenir”, explica Schteingart.

El objetivo, señala, es que “eventualmente puedan llegar a una abstinencia, pero que en el camino tengan la menor cantidad de riesgos posibles”.
Algunos de estos peligros están descriptos en el estudio del Sedronar de 2014: “De los que declararon que consumieron o pensaban consumir, más de la mitad lo hizo o pensaba hacerlo en forma combinada (53 por ciento). Se pudo observar que el público declaró haber consumido hasta cuatro sustancias diferentes en una misma noche”. ¿Los combos favoritos? “Alcohol y energizantes, marihuana y alcohol, éxtasis y marihuana, éxtasis y alcohol...”, se detalla.
“La idea es estar ahí como un par y no como un agente de control”, enfatiza Schteingart, y suma: “Para reducir los riesgos hay que brindar información clara, no punitiva, no moralizante ni estigmatizante. No plantear una bajada de línea en relación a lo que está bien o mal. Los discursos de las drogas tienen una mirada exagerada, mentirosa: ‘si consumís, te va a pasar esto’. Hay que diferenciar a la población que hace un uso recreativo frente a los adictos”.
En las guardias es común escuchar adhesiones a la política de reducción de daños, siempre que se dé en el marco de un lineamiento bien implementado para desalentar el consumo de sustancias psicoactivas. Para Damin, “obviamente hay que desaconsejar consumir éxtasis, pero el que llega a la guardia no suele ser un drogadicto ni un alcohólico, mucho menos un enfermo o un delincuente. Las sustancias sintéticas son pobres generadoras de dependencia. El problema es que nadie sabe lo que tienen porque son de producción ilegal”.

Y calienta el debate: “El abstencionismo no funciona, es arcaico. Sólo se desplaza a la gente. Después de Time Warp, las fiestas se prohibieron y en una semana vimos cómo se trasladaban a lugares privados y tuvimos tres pacientes más. Hay que hacer prevención y promoción de hábitos saludables. Y como con muchos fracasamos, también hay que aplicar una política de reducción de riesgos y daños”.
Por su parte, Brasesco señala: “Si prohibir fiestas es razonable, no lo sé. Me preocupa que se extendió y naturalizó que los buenos momentos se garantizan con buenas sustancias, legales o ilegales. En la medida en que el cerebro termina de formarse entre los 23 y los 25 años, la Organización Mundial de la Salud dice que no habría que interferir ese proceso con ninguna sustancia. Que un adulto tenga información de cómo consumir es una cosa, pero sobre los niños y adolescentes es bastante claro el asunto. Es lógico que el Estado tenga una actitud sanitarista”.
El problema son los grises del cómo. Por lo demás, se patea para el mismo lugar, como concluye Damin: “Nunca es bueno consumir sustancias, nunca sin excepción. Ninguna es buena, para ninguna cosa y para nada. Drogarse no tiene nada que ver con la vida”.